lunes, 24 de mayo de 2010

1985 Cuba - Capítulo X


Una vez en el hotel de Pinar del Río, acordamos de nuevo con Lina tomarnos cada uno por libre lo que nos quedaba del día. Nosotros, junto a las dos parejas que habitualmente nos reuníamos, decidimos alquilar unas bicicletas y recorrer los barrios de la ciudad. Recuerdo que entramos en una tienda de avituallamientos y compramos todos los sombreros de paja que tenían en existencia, que no eran muchos más de los que nos correspondía por cabeza y algún otro que adquirimos como regalo. No esperaba la dependienta del almacén la visita de aquellos remotos clientes y, tal vez debido a la sorpresa, me quedó la impresión de que nos vendía aquellos sombreros sin mucho entusiasmo ni convencimiento. Ya protegidos del sol con los característicos sombreros cubanos y conducidos por el impulso de la curiosidad, pedaleamos de un lugar a otro por calles asfaltadas y luminosos caminos de tierra flanqueados por casas de una sola planta, ante la mirada impasible de los vecinos.

Durante el recorrido, calados por aquel sol tropical, fueron obligadas las paradas en los pequeños carros de venta ambulante de granizado. Mientras hacíamos las sucesivas colas, observamos con detenimiento el proceso de elaboración de aquel sencillo helado. Vimos a los vendedores rascar los trozos de hielo con un dentado utensilio de hierro, que a continuación se servía en un cartucho de papel tras agregarle un dulce jarabe de distintos sabores, según el gusto de cada uno. Recuerdo que me parecieron muy evocadoras aquellas originales estaciones donde, impacientemente, esperábamos a que nos sirvieran aquellas refrescantes golosinas.

Camino de regreso noté que el manillar de la bicicleta se movía de repente sin control, frené inmediatamente y comprobé que la rueda delantera se había desinflado. Bajé de la bicicleta y corroboré, ante la atenta mirada de mis compañeros de grupo, que aquello no tenía otra solución que hacer a pie lo que quedaba de camino. Entonces escuchamos, por sorpresa, una voz que decía: “¡Eso lo solucionamos ya, compañero!”. Era la voz de un cubano que contemplaba la escena de cerca y que a continuación nos conminó a esperarle un par de minutos, que iba a por las herramientas para arreglarlo. En menos que canta un gallo ya estaba el cubano de regreso, con todo el material necesario para desmontar la rueda y arreglar el pinchazo, cosa que hizo con inusitada rapidez. Entonces yo, agradecido por la inestimable ayuda que me había prestado, le pregunté cuánto le debía. Pero mi inocente pregunta chocó con el orgullo y la generosidad del cubano, que dijo: “No me debe nada, compañero, porque no se hizo nada de valor”. Y añadió, para reafirmarse en su actitud de colaboración y desinterés, que era ingeniero de maquinaria pesada y podía garantizarnos que aquel gesto no tenía ninguna importancia.

miércoles, 19 de mayo de 2010

1985 Cuba - Capítulo IX

Tras recoger el equipaje del autobús, en recepción nos entregaron unas llaves sujetas a unas tablitas de madera con el número de hospedaje escrito a mano, y nos dirigimos a nuestras habitaciones. Abrí la puerta y encendí la luz de una bombilla desnuda que colgaba de un cable medio pelado sujeto al techo. Era un cuarto pequeño, raquítico más que austero, que constaba de una cama individual y una mesita de noche. Una cortina hacía las veces de puerta divisoria entre la habitación y el cuarto de aseo, que se reducía al váter y a un vencido lavabo con espejo.

Por la mañana nos despertó de nuevo la luz y el sol de Cuba. Estábamos en el campo, rodeados por una frondosa vegetación de tonos verdes. Y, esparcidas entre matorrales, una gran cantidad de orquídeas de múltiples colores nos dieron los buenos días. Frente a la puerta principal de entrada a los alojamientos, delimitado por un guardarraya de palmeras perfectamente alineadas, había un camino largo y recto que daba acceso a la finca. Todo parecía indicar que nuestro motel americano había sido una antigua residencia de ricos propietarios convertida en hospedaje para trabajadores durante la cosecha del tabaco o la caña de azúcar.

Mientras desayunábamos no pudimos evitar preguntarnos qué hacíamos allí, y por qué habían intentado atiborrarnos de pollo y plátano frito la noche anterior antes de irnos a dormir. ¿Sería una forma sutil de sensibilizarnos con la realidad de un país que luchaba contra el subdesarrollo? ¿Se trataba tal vez de un discreto sabotaje interno contra el sistema? ¿O era, simplemente, que nos habían desalojado del hotel en Pinar del Río para acomodar a una delegación de ingenieros rusos de visita en la Isla? Lina se excusó diciendo que nuestra estancia allí estaba programada porque era un lugar especial y muy típico, y pidió disculpas por las molestias que nos hubieran podido ocasionar.

Salimos del comedor no muy convencidos con sus explicaciones, recogimos el equipaje, entregamos la llave de la habitación y nos dirigimos al autobús donde ya esperaba sentado nuestro sigiloso profesor catalán. Nos sorprendió ver también a la joven enigmática que nos había obsequiado la víspera con su luminosa sonrisa de acogida. Una vez acomodados, la guagua puso en marcha el motor y emprendimos el camino de vuelta a Nueva Filipinas, nombre que se le dio originariamente a Pinar del Río en honor del Capitán General de Cuba, Rafael de Fondesviela, creador de la ciudad en el S. XVIII.

viernes, 14 de mayo de 2010

1985 Cuba - Capítulo VIII

Por la mañana llovía en Pinar del Río, así que hablamos con Lina y decidimos suspender las visitas programadas, de modo que cada cual hiciera lo que creyera conveniente. Luego volveríamos para almorzar todos juntos en el restaurante del hotel. Así que tuvimos tiempo para dispersarnos por la ciudad en varios grupos, que se formaron de forma natural durante el viaje, según las afinidades afectivas y personales de cada uno. De vez en cuando, aquí y allá, en una plaza, en una calle o en el rincón más inesperado, nos fuimos encontrando los distintos corrillos y compartiendo los hallazgos que cada uno había ido descubriendo por su cuenta.

Después de la comida, tras el correspondiente paréntesis para la siesta y con el sol de nuevo en su posición de brazos extendidos, nos trasladamos al municipio de Consolación del Sur donde se había previsto que pasáramos la noche. La verdad es que desconocíamos el motivo de la visita a aquella localidad, ya que no tenía un valor turístico mayor que cualquier otro remoto lugar de la Isla. Pero la sugerente atracción que por sí solo ejercía el nombre de la ciudad, era un aliciente más que sobrado para despertar nuestro interés. Por lo que a mí concierne he de decir que, a esas alturas del viaje, ya había perdido el afán por estudiar los mapas y los folletos con el contenido de las visitas programadas, y cualquier lugar me resultaba atrayente.

Llegamos a Consolación del Sur poniéndose el sol y nos dirigimos a un lugar muy parecido a esos rústicos y vencidos moteles que se ven en las películas americanas. Bajamos del autobús y sin coger el equipaje para dejarlo en el alojamiento, nos encaminamos directamente al comedor donde estaba preparada la cena. La iluminación en aquel salón era muy pobre porque las bombillas, aunque eran grandes, daban una luz de baja intensidad. Nos sentamos en dos largas mesas y empezaron a servirnos unas desproporcionadas cantidades de pollo guisado y plátano frito.

La carne de pollo tenía un color oscuro, quizás incrementado por la luz del salón, y un sabor intenso, como corresponde a un animal ejercitado y bien alimentado con productos naturales. A juzgar por la longitud de los muslos, los pollos no habían salido de una alienante granja industrial, sino que más bien daban la impresión de haber sido cazados para la ocasión en pleno campo. Alguno incluso llegó a pensar si aquella rica carne que estábamos ingiriendo no sería de algún tipo de loro. Lo cierto es que a todos nos pareció un manjar digno, tierno y muy sabroso.

Pero la cantidad de pollo que nos sirvieron era casi imposible de digerir en un almuerzo después de una jornada de intenso trabajo, y mucho menos en una cena, por lo que una gran parte quedó sin tocar sobre la mesa. Todo en aquel lugar resultó algo inquietante y muy extraño.

sábado, 8 de mayo de 2010

Habitación en Roma


Un lío en la cabeza de Medem, con algún momento bueno, y dos buenas actrices desaprovechadas.

The ghost writer


Manteniente el interés, durante dos horas, un guión que apunta a, Olivia Williams, ella es la película y por quien merece la pena ir a verla.

jueves, 6 de mayo de 2010

1985 Cuba - Capítulo VII

La siguiente parada la hicimos en el valle de Dos Hermanas, en el Parque Nacional de Viñales, para visitar el Mural de la Prehistoria. Se trataba de una pintura realizada por Leovigildo González (discípulo de Diego Rivera), en una formación rocosa que los cubanos llaman mogotes. Estas formaciones de roca caliza se formaron originariamente en aguas poco profundas, y emergieron cuando el mar que las cubría, en retirada, las elevó a la superficie. Las pinturas, que fueron trabajosamente realizadas en una pared de la roca, evocaban con llamativos colores, el proceso evolutivo del hombre, y de los animales de la Isla.

Poco después de la travesía por aquél valle que nos conduciría a Pinar del Río, ya por la tarde, llegamos al hotel donde nos esperaba para darnos la bienvenida, la persona que ayudaría a Lina en las tareas de acompañamiento al grupo durante la estancia en la ciudad. Era una mujer joven, con unos leves rasgos asiáticos y una larga melena de un pelo sedoso que le caía, perfectamente ordenado, a ambos lados de la cara.

Guardando una distancia que denotaba cierta timidez, se dirigió al grupo después de la presentación que le hizo Lina. Y con una mirada sosegada y limpia, nos hizo un conciso recibimiento emplazándonos para la mañana siguiente después del desayuno en la entrada del hotel, desde donde emprenderíamos la visita a la ciudad y sus alrededores. A juzgar por el intercambio visual entre los hombres, y la mirada fija de las mujeres en ella, el efecto que causó en el grupo la joven, por sus sencillas y depuradas maneras, fue tan rotundo como inesperado. A continuación, Lina acordó con ella los pormenores del día siguiente, y no señaló el lugar de la cena.


miércoles, 5 de mayo de 2010

1985 Cuba - Capítulo VI

Cuando llegó el autobús subimos y tomamos cómodamente asiento prestando atención a las narraciones de nuestra guía. Lina había sido líder estudiantil en la Universidad de la Habana, donde se había licenciado en Historia, y ahora era profesora jubilada y madre revolucionaria, según sus propias palabras. Durante aquel viaje de ida establecimos una buena comunicación con ella y escuchamos con interés sus opiniones sobre diversos asuntos políticos y económicos del país. Nos habló del bloqueo estadounidense y sus implicaciones en la vida cotidiana de los cubanos, de cómo era la vida en la Isla antes de la Revolución, y de los logros alcanzados en la universalización de derechos básicos como la educación y la sanidad. Sin olvidarse, en el momento oportuno, de hacer una orgullosa referencia a los arrestos cubanos para alcanzar su independencia, primero de España y luego de los Estados Unidos.

Curiosamente, no recuerdo que hiciera ningún comentario sobre la influencia de la U.R.S.S, ni tampoco dio muestras de afectividad hacia los soviéticos, a pesar de que en aquellos días eran asiduos visitantes de la isla. Lo que contrastaba bastante con el interés y las muestras de aprecio hacia España, e incluso ponían cierto énfasis al reconocerla todavía como la madre patria. Lo cierto es que me quedó la impresión de que para los cubanos un ruso era algo así como un bienvenido camarada extraterrestre.

Después de unas horas de viaje, antes de llegar al Valle de Viñales pudimos ver a través de las ventanas del autobús las famosas palmeras barrigonas. Luego paramos en un bohío casi a pie de carretera para descansar y refrescarnos. Sobre la barra del bar, construido con planchas y tablones de madera, nos esperaban unas jarras frías de variados zumos de fruta. Elegí un vaso de jugo de lima con poca azúcar, y sentado bajo el emparrado al olor de la tierra recién regada, encendí un par de cigarrillos Partagás, cuya frescura y aroma convirtió mi costumbre de fumar en una ceremoniosa delicia.

Una vez repuestos en aquel estimulante lugar, continuamos la marcha hacia las tierras de Vuelta Abajo: el lugar donde dicen que se produce el mejor tabaco del mundo. En aquella región fue donde el general español Arsenio Linares, durante la guerra de la Independencia, logró cercar al general Antonio Maceo, impidiendo a los mambises abrirse paso entre las tropas españolas. Entonces Lina, haciendo gala de un legítimo orgullo nacional, citó la famosa frase que el general Linares exclamó, sobre el valor que habían demostrado en la lucha los cubanos, dándose la media vuelta: “Caballero esto es boberías; rabia tienen los cubanos”.